“Las tierras no se venden”, dice Juan Bautista Yeh y Teh, de origen Maya. Sus 68 años y más de seis décadas trabajando la milpa, junto con su tono de voz, le dan contundencia a su declaración. No solo eso: Juan cree que hay que darle un tratamiento justo, cuidar de ella. Durante toda su vida ha visto personas que trabajan la tierra buscando riqueza, un sinfín de parcelas destruidas por esa lógica. “Yo tengo la idea de que si la tierra que tengo y la que siembro me da de comer, todo está bien”, dice convencido.
El cuidado que don Juan da a su milpa es metódico, la comida no falta. Todos los días está de pie a las seis de la mañana, listo para desayunar. Media hora después sale de su casa y a las siete ya ha llegado a su terreno en la comunidad La Buena Fe, en la región Poniente de Bacalar, estado de Quintana Roo, al sur de México, bordeando la frontera con Belice y el límite con el mar Caribe. Ahí, el trabajo es arduo: echar machete, arar la tierra, sembrar las semillas, dejar todo listo para la llegada de la lluvia que hará crecer lo que se necesita.